rutinas

Todas las mañanas S. se va a la escuela y yo me vengo a trabajar a este bar. No me gusta mucho este bar, es una cadena de cafés genéricos de bastante pobre calidad, pero tiene varias cosas a favor: está a dos cuadras de mi casa, tiene una amplia ventana a la vereda y, sobre todo, tiene internet, cosa que no es tan frecuente en los bares de Madrid. Lo que más me gusta de venir siempre al mismo lugar es conocer a los parroquianos. Mis preferidas son Las Chicas que Practican Inglés. Son dos españolas, una debe tener veintipico, la otra treintaipico. Todos los martes y jueves, como de 8 a 9, se juntan a practicar inglés. Una habla bastante mejor que la otra, con mucha más fluidez, aunque las dos tienen este acento español que nos suena tan fuerte a los que hablamos inglés con acento de algún país latinoamericano (me pregunto cuánto habrá de real en esta percepción de que hablan mucho peor que "nosotros"). Cuando la que habla peor no encuentra una palabra, la otra chica se la dice, y también le corrige errores sintácticos. Son lindas. Hablan de música y de series.
 
También está el grupo de seis mujeres y un hombre que desayunan juntos acá todos los días. Son empleados del Corte Inlgés que está en frente. Las minas tienen entre 45 y 55, están todas muy peinadas y maquilladas, y hablan *igual* que Joaquín Sabina cuando hace su "monólogo" de ama de casa madrileña prototípica en la obra de arte que es "Como te digo una co, te digo la o". Podría pasar horas escuchándolas. Son todas laístas, o sea, dicen cosas como "He llamado a Carmen y la he dicho que quedemos para cenar algún día" o "Tengo que darla de comer a la niña". El tema de conversación recurrente es el miedo a perder el trabajo, por supuesto. 

Hay una señora muy rara que anda con un batón floreado de esos de abuela y unos zapatos rojos de charol. Viene todas las mañanas a leer el diario y tenemos una guerra silenciosa por la misma mesa. La que llega primero la ocupa. Yo quiero esa mesa porque es la única que tiene enchufe. No sé cuáles son sus motivos para preferirla.


Después están las mozas, que me parten el corazón. A cualquier hora del día que pase por acá, están las mismas chicas, incluidos los sábados y domingos. Y para colmo la gente las maltrata. Me impresiona lo quejosa que es la gente acá. Les protestan porque el café no está lo suficientemente caliente o lo suficientemente frío, porque la medialuna está muy tostada, porque el licuado de ananá también tiene naranja, y así. Les devuelven cosas, se niegan a pagar por cosas que no eran de la calidad adecuada. Supongo que no está mal esa cultura de hacerse respetar como consumidores, pero qué nivel de hinchapelotismo. Sobre todo me mata que se la agarren con estas chicas tan sobrepasadas de trabajo. Una acaba de tener un bebé, creo que es colombiana. La otra es dominicana y tiene una cara de amargura permanente un poco desgarradora. 

La gente en general tiene un muy mal concepto de las rutinas y "rutinario" es un adjetivo negativo, casi sinónimo de aburrido y tedioso. A mí me gustan mucho las rutinas.

En mis años de taller literario, cuando alguien andaba muy poco inspirado y sin saber qué escribir, terminaba haciendo una descripción del bar donde estaba escribiendo. Voilà.